El 24 de mayo de 2016 salía Total War: WARHAMMER, la primera entrega de Total War ambientada en el universo de las miniaturas de fantasía. Una primera entrega que llegó con unas cuantas razas, como son los Condes Vampiro, los Enanos, el Imperio, Bretonia, el Caos y los Pieles Verdes.
Pese a tener un gran plantel inicial, se echaban en falta algunas facciones esenciales en el mundo Warhammer que, esta vez, sí aparecen en Total War: WARHAMMER II. Las cuatro nuevas razas son Skavens, Elfos Oscuros, Altos Elfos y Hombres Lagarto, de los que luego hablaremos ahora un poco más en profundidad.
Los Skavens son unidades “ratunas” cuya estrategia reside en poseer una gran cantidad de unidades, muchas de ellas sacrificables, como por ejemplo los esclavos. No hacen nada de daño, pero sirven para entretener a los enemigos mientras con las magias de los héroes y la artillería acribillas al enemigo. En contrapartida, se podría decir que su mayor punto débil es la baja moral de las tropas que huyen del combate mucho más fácil que con otras razas.
Por otro lado, los Elfos Oscuros tienen una formidable infantería y proyectil. Son bastante fuertes en todos los aspectos aunque algo caros, por lo que los ejércitos suelen ser pequeños, pero matones.
Los Altos Elfos, por su parte, diría que son los más equilibrados de las cuatro facciones. El proyectil es de muy largo alcance y posee una buena cantidad de unidades bestias y míticas. Además la magia de los altos elfos es bastante potente.
En último lugar están los Hombres Lagarto, que poseen una estética entre dinosaurios y reptiles con atuendos aztecas. Son muy duros en combate, no poseen arqueros, pero poseen unidades con cerbatanas; también podemos decir que tienen magos muy poderosos, pero como punto en contra, al ser bestias tienen una penalización que hace que puedan descontrolarse y no hacerte caso durante un tiempo durante el combate, provocando cargas no deseadas.
En la campaña, las cuatro facciones luchan por el control de un vórtice mágico que forjó un cónclave de altos elfos para enviar de vuelta a su mundo a las criaturas demoníacas. Para conseguir el control, cada una de las facciones tiene que completar cinco rituales.
Adicionalmente se añade, para los poseedores de Total War: WARHAMMER, una nueva campaña llamada “Mortal Empires” en la que se suman las razas que poseía este primer juego.
Como todo Total War, el juego se divide en dos gameplays muy diferenciados. Primero tenemos el mapa por turnos en el que gestionaremos nuestro reino e iremos explorando, entablando alianzas y negociaciones con otras facciones y conquistaremos nuevos territorios. Cuando invadimos un castillo enemigo o nos encontramos con un ejército por el camino es donde entra el modo batalla, en el que dejará de ser el juego por turnos y entraremos en la batalla manejando nuestras tropas organizadas en batallones.
El combate, pese a no ser rápido como el de un RTS, se puede decir que es más ágil respecto a otros juegos de la saga. Aquí, en el modo batalla, prima la estrategia, en la cual tendremos que intentar atacar al enemigo con batallones en los que tengamos las de ganar contra esos otros, al más estilo “piedra, papel o tijera”. Tirar el ejército para adelante y a ver que pasa en una batalla igualada es una derrota segura.
El juego luce espectacular. Aún más, si cabe, que la entrega anterior. Es una gozada acercar la cámara y ver una batalla de Hombres Lagartos contra Skavens y las enormes bestias que posee cada facción, que son una delicia visual. Eso sí, para disfrutar al máximo de estas batallas, necesitamos un buen pepino de equipo, ya que mover esa gran cantidad de unidades con tan alta fidelidad, más todos sus efectos y animaciones, ya no sólo requiere de gráfica, sino también tener un microprocesador decente.
En definitiva, Total War: WARHAMMER II amplía la experiencia de la anterior entrega, mejorando un poquito en todos los aspectos, siendo un juego muy divertido, variado y espectacular visualmente. Aunque, en mi opinión, lo podían haberlo lanzado perfectamente como una gran expansión en vez de lanzarlo como un juego independiente.