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Un paseo por Spira, trece años después
Cuando me compré la PlayStation 2 hace ya casi trece años, el juego que acompañaba a la consola era Final Fantasy X (bueno, y Tekken Tag Tournament). Había tenido ya una PlayStation, y había jugado a un montón de Final Fantasy anteriores (los tres de PSX y alguno que otro de Super Nintendo), pero este era especial. Era una nueva generación y el juego en el que parecía que Squaresoft lo había dado todo.
Todo encajaba a la perfección: tenía una historia emotiva y que todos recordamos perfectamente, unos personajes que se han quedado ya en la retina para siempre y un mundo espectacular que, para mi gusto, aunaba perfectamente la tecnología y la fantasía. Ni se acercaba demasiado a un extremo ni al otro, sino que encontraba el equilibrio perfecto y ahí se manejaba con soltura.
Por supuesto, el juego me encantó, y a día de hoy sigue siendo uno de mis juegos preferidos de PS2. Y luego llegó Final Fantasy X-2, con su a todas luces superior sistema de batalla (aunque la gente no lo vea), y tres cuartos de lo mismo, otra genialidad. Y ahora, trece años después, me encuentro con la versión PS4 (habiendo jugado ya el Remaster en PS3) y una vuelta a Spira con todas las de la ley.