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A Just Cause 3 le tenía muchas ganas. La anterior entrega es uno de los mejores y más locos juegos de la pasada generación, así que era lógico esperar mucho de este. Hardware más potente significa más posibilidades, pero también más expectativas. Vamos a ver si ha cumplido o no.


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En Just Cause 3 volvemos a ponernos en la piel de Rico Rodríguez, esta vez con la misión de derrocar a un dictador de un archipiélago ficticio mediterráneo. Un nuevo cambio de ambientación pero se mantiene la estructura de islas y muchísimo mapeado que ya había antes. Es fácil además reconocer el estilo de los pueblecitos que liberamos, sobre todo al principio.

Pero el gran cambio, o más bien novedad, del juego no es esta nueva ambientación ni la historia, que al final es una excusa para hacer el cabra, sino el wingsuit. Antes ya teníamos el gancho y nos movíamos con el paracaídas, pero el añadido de este traje aéreo cambia completamente la manera de movernos, y para bien.

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Siendo un juego con un mapa tan enorme es necesario hacer que moverse por él sea divertido. Y vaya si lo hace. Aunque al principio sea un poco complicado de controlar bien y nos estemos comiendo las montañas o el propio suelo cada dos por tres, una vez le coges el tranquillo moverse volando es una gozada. Es rápido, es divertido y si tienes maña consigues hacer cosas muy chulas y moverse por sitios que parecían imposibles. La libertad de volar.

También tenemos un montón de vehículos a nuestra disposición, desde scooters a todoterrenos, helicópteros o aviones, ya sean robados o que pidamos por suministros. No son tan divertidos de manejar, pero sí pueden ser más necesarios en algunas ocasiones, sobre todo los helicópteros y aviones. Y oye, que eso de ponerse encima del coche a pegar tiros o enganchar a la gente tiene su gracia.

Pero aunque viajar sea bastante divertido (siempre que no haya que cruzar el mar) puede terminar por cansar. El mapa es tan grande que si nuestro objetivo está en la otra punta del mapa llegar puede ser un suplicio. Una vez desbloqueamos el viaje rápido el volver a lugares ya visitados es algo trivial, pero aun así algunas veces puede hacerse pesado. Y ese es uno de los mayores problemas del juego, del que ahora hablaré.

El otro gran atractivo del juego es el gancho, que ya era protagonista en la segunda entrega. A grandes rasgos nos da la posibilidad de unir dos elementos cualquiera del juego y hacer lo que queramos con ellos. Esto se suele traducir en enganchar a gente a los coches, enganchar a gente a barriles explosivos o directamente enganchar a gente a edificios. Al final esto trata de hacer el mal, aunque seamos el héroe de la historia.

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Básicamente en el juego podemos hacer tres cosas, aparte de sembrar el caos sin ningún tipo de sentido. Por un lado tenemos la historia y misiones principales y por otro la posibilidad de liberar pueblos y bases y participar en ciertos desafíos una vez lo hayamos hecho. El juego nos da libertad absoluta para que hagamos lo que queramos y puede que por ahí vengan los problemas.

Liberar ciudades es divertido en un principio, pero termina volviéndose repetitivo. Destruyes altavoces, destruyes una estatua, carteles, la comisaría, algunos objetivos más y terminar izando la bandera. Se puede llegar a liar una buena porque los enemigos defenderán sus puestos, pero liberado uno, liberados todos. La mecánica es siempre la misma y aunque a veces añade variaciones en forma de nuevos objetivos, en el fondo no cambia. Esto podría dar igual si no fuera porque para avanzar en la historia y desbloquear misiones hay que ir reconquistando las ciudades, lo cual nos obliga a repetir el proceso un montón de veces.

Es fácil distraerse del objetivo principal y tras un buen rato de juego ver que no hemos avanzado nada. Esto no es un problema del juego en sí, porque es nuestra decisión el no ir a los objetivos, pero sí que es un riesgo que puede hacer que nos vayamos olvidando de lo que de verdad importa. Aun con todo, es fácil ver que el fantasma de la repetitividad sobrevuela al título constantemente. Los desafíos hacen algo por evitar precisamente esto, al ser pruebas cerradas y en ocasiones más locas, pero son eso, desafíos secundarios.

Pero sin duda la gran pega, a día de hoy, es el pobre apartado técnico. No es que el juego tenga malos gráficos, todo lo contrario, el problema es que no puede con ellos. Las caídas de framerate son constantes en cuanto se empieza a desatar el caos y los tiempos de carga son criminales. Llega un punto en el que te desespera tanta espera por ver cómo carga una zona en la que acabas de morir o ver cómo tardas varios minutos en iniciar el juego. Es cierto que se han lanzado un par de actualizaciones que han ido suavizando estos problemas, pero a día de hoy siguen siendo bastante importantes.

Just Cause 3 ni revoluciona el género sandbox ni lo pretende, y quizá su problema es que se haya apalancado demasiado con esta tercera entrega. Es cierto que añade mecánicas nuevas como el traje aéreo y que trae de vuelta otras como el gancho que son francamente divertidas, pero también lo es que se hace rápidamente repetitivo.

Este es el mayor problema del juego, porque no es algo subsanable con parches como los problemas de rendimiento técnico, esto es un problema de base. Pero si no buscas nada que intente reinventar la rueda, Just Cause 3 te puede dar un buen montón de horas de diversión, porque hacer el cabra y sembrar el caos sigue siendo tan entretenido como siempre.

7.5

Categorías: Análisis

1 comentario

JhonC · 18/12/2015 a las 13:21

A mi lo que me gusta de este juego es su profunda historia, su desarrollo, que te mantiene interesado en todo momento, muy trabajado. :nono:

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